lunes, 3 de noviembre de 2014

Letras Impresas: Historia del pueblo mapuche, siglos XIX y XX



Esta es una historia acerca de la intolerancia. Acerca de una sociedad que no soporta la existencia de gente diferente. De un país español, criollo europeo, cristiano occidental, que se dice civilizado y trata de acabar con los bárbaros, los salvajes, los hombres que deambulan libremente por las pampas y cordilleras del sur del continente. Ellos se defendieron del salvajismo civilizado; hicieron lo que pudieron, vivieron como mejor supieron, pelearon hasta el cansancio, y terminaron por morir y ser vencidos por el progreso. Entró el ejército, lo siguieron el ferrocarril y los colonos que venían a “hacer la América”, sin percatarse siquiera de lo que allí había ocurrido. Esta guerra inicua, que nuestros gloriosos ejércitos republicanos emprendieron en la segunda mitad del siglo pasado (XXIX), fue guiada por la intolerancia: el derecho de quien se cree civilizado a combatir la barbarie, en nombre de banderas y santos coronados de las mitologías del progreso de la humanidad.

La historia de los que no aceptaron ha sido silenciada. Hay, al parecer, una definida tendencia a identificar la historia humana con la historia de los vencedores; los vencidos tantas veces percibidos como bárbaros no suelen tener historia, o su historia es absorbida por el triunfalismo de los vencedores. Quedan así en la memoria, cuando han quedado, como curiosas especies que no lograron sobrevivir, o perdiendo la propiedad de sus aportes al desarrollo del hombre, u ocupando un lugar en la mitología del vencedor, donde personifican fantasmales fuerzas del mal, del pasado, de la monstruosidad que el progreso de los pueblos debe desterrar. Es lo sucedido con el pueblo mapuche en nuestras historias, las que nos han hecho olvidar que en él había familias, amores, sentido del honor, moral intachable; en fin, vida humana en toda su complejidad.

Como indica José Bengoa, autor de esta obra, en el prólogo: “los libros a veces se independizan de sus autores y asumen vida propia”.

Llegar a conocer el contexto de este libro ha sido una de esas casualidades que la vida nos presenta de vez en cuando. Verle como un simple libro de historia sería injusto, porque no comparte solo una visión; se construye con voces diversas. Y, sin embargo, su inicio se da con una declaración curiosa de la Historia de Chile: “Que todos somos cuidadanos”. Excusa perfecta que encontró un estado democrático para hacer uso de las tierras y acabar con una guerra que ni la soberanía  de un reino había conseguido.

Para vergüenza del país en que habito, nada ha mejorado al respecto. La escasa o nula visión con que fueron repartidas las tierras, sigue presentándose hasta nuestros días. El amparo legal con que la sociedad ha catalogado de salvajes a una de las pocas etnias que sobrevive en el territorio chileno, no aparta la sorpresa de que todo un pueblo jamás haya sido aceptado por la patria que tuvo a bien recibirles para despojarlos.