domingo, 8 de mayo de 2016

Letras impresas: Cumbres borrascosas



“1801:

Estoy de vuelta después de haber hecho una visita al propietario de mi casa, único vecino que pueda preocuparme. En realidad, este país es maravilloso. Yo no creo que en toda Inglaterra hubiese podido encontrar un lugar más apartado del mundanal bullicio. Es el verdadero paraíso para un misántropo; y el señor Heathcliff y yo parecemos la pareja más adecuada para compartir este desierto. ¡Qué hombre magnífico! De seguro se hallaba lejos de imaginar la simpatía que me inspiró al sorprender cómo sus ojos se hundían en sus órbitas, llenos de sospechas, en el instante en que yo detenía mi caballo, y cómo sus dedos se escondían con huraña resolución aún más profundamente en su chaleco, cuando le dije mi nombre”. Capítulo I


Si estuviese yo en el cielo, Nelly, sería muy desgraciada.

Porque no es usted digna de ir allí respondí. Todos los que no están limpios de pecado serían desgraciados en el cielo.

No es por eso. Una vez soñé que estaba.

Ya le he dicho que no quería que me contase usted sus sueños. Me voy a la cama protesté interrumpiéndola de nuevo.

Se echó a reír y me obligó a  permanecer sentada al intentar levantarme de la silla.

¡No te apures! —chilló—. Iba únicamente a decir que el cielo se me antojó que no era mi verdadera morada. Me destrozaba el corazón a fuerza de llorar para volver a la tierra, y los ángeles se enfadaron tanto, que me arrojaron en medio del páramo, yendo a caer en la prominencia de Cumbres Borrascosas, donde me desperté llorando de júbilo. Esto te explicará mi secreto lo mismo de bien que hubiera podido explicártelo el otro sueño. Igual me da casarme con Edgar Linton que estar en el cielo, y si el perverso de mi hermano no hubiese rebajado tanto a Heathcliff, nunca habría pensado en esa boda. Pero casarme con Heathcliff sería rebajarme a mí misma. Jamás sabrá cómo le amo, y no porque sea guapo, Nelly, sino porque es más que yo misma. Sean cualesquiera las esencias de nuestras almas, la suya y la mía son idénticas, mientras que la de Linton es tan desemejante a las nuestras como lo es el rayo de luna del relámpago, y el hielo del fuego”. Capítulo IX


“1802:…

No. Primero tienes que leer de corrido, sin una sola falta. 

El interlocutor masculino empezó a leer. Era un joven decentemente vestido, sentado ante una mesa, con un libro delante. Su hermoso rostro resplandecía de júbilo y sus ojos tenían que esforzarse por no saltar de la página en que se fijaban, a una mano pequeña y blanca que se apoyaba en su hombro y que le llamaba al orden con un cachete en la mejilla cada vez que daba tales muestras de distraerse. La persona a quien la mano pertenecía estaba colocada detrás de él. Sus bucles ligeros y sedosos se confundían con los negros mechones del discípulo al inclinarse para ver cómo iba el trabajo de éste. En cuanto al rostro… Afortunadamente no podía vele el rostro, porque, de lo contrarío, no hubiera habido modo de estar atento a la lección. Yo sí podía vérselo, y me mordía los labios de rabia por haber dejado escapar la ocasión de hacer algo más que contemplar aquella cautivadora belleza.

Terminó la lección, no sin que el alumno incurriese en algún que otro disparate, pero reclamó su recompensa y recibió cinco besos por lo menos, que, por su cuenta, devolvió generosamente. Luego vinieron hacia la puerta, y por su conversación deduje que iban a salir a dar un paseo por el páramo. Me figuré que Hareton Earnshaw me condenaría de corazón, si no de palabra, a lo más hondo de los abismos infernales, si dejaba ver en aquel momento mi importuna persona. Así, consciente de la bajeza de mi envidia, me escabullí por la parte de atrás en busca de refugio en la cocina. Tampoco había obstáculos de aquel lado. A la puerta estaba sentada la vieja Nelly, que cosía tarareando una canción, interrumpida a veces por unas cuantas palabras adustas, sarcásticas e intolerantes, que provenían del interior, y cuyos acentos nada tenían de musicales”. Capítulo XXXII

Mentiría si no confesara lo difícil que resultó dejar este libro una vez llegado su final y, sería una falta a la verdad aún mayor si no mencionara el hecho que me llevara varios años animarme a leerlo. La excusa predominante era el salto en el tiempo que, según yo, poseía la historia; pero como han podido ver no he conseguido limitarme a sólo un extracto de ella, debido al entramado singular que consiguió Emily Brontë con ésta su primera y única novela.

Con un narrador que es en parte protagonista inicia la exposición de su llegada a un lugar que posee una historia oculta para él y que poco a poco conocerá de la mano de otro personaje. La unión del pasado, presente y futuro que alcanza Cumbres borrascosas se produce por una extraña, tormentosa y no vivida relación de amor entre dos de los personajes; los cuales, en una opinión muy personal, pierden, por su propio egoísmo, las oportunidades que se les presentan para ser felices hasta que el tiempo los alcanza, como a todos, con la muerte. Y a pesar de lo reveladoras que pueden ser las palabras precedentes la historia no termina ahí; así es que invitados quedan a disfrutar de una excelente obra literaria que sorprendió a esta humilde lectora de manera grata; demasiado grata diría yo.

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