domingo, 29 de julio de 2012

El paraguas (final)



Cuando logré llegar hasta el lugar donde se redactaba el periódico, una señora muy amable me recibió, escuchó atentamente cada una de mis palabras y, anotando algo en un papel me lo entregó. En aquella misiva me había entregado un número de oficina; ésta quedaba en el piso cinco, por lo que cuando comencé a hablar con encargado aún me costaba respirar. Confieso que el querer recuperar el paraguas, objeto valioso para mí, me costó buena parte de mis ahorros; solicité al hombre que pusiera el anuncio varios días consecutivos; pensando que de esa manera alguien, fuese quien fuese, que lo hubiera encontrado lo devolvería.

Los días posteriores, al de la publicación del anuncio, comencé a asistir sin falta hasta el parque. Durante el período de tiempo indicado en el anuncio permanecí junto al puente que cruzaba parte de la laguna, observaba atentamente a cada una de las personas que transitaban por allí; si bien con el paso de los días la desesperación comenzó a invadir mi mente, en ningún momento perdí la esperanza que alguien apareciera con él para devolverlo a mis manos.

Un nuevo día de lluvia me impidió asistir a la hora indicada en los anuncios, pues me negaba rotundamente a utilizar cualquier otro paraguas. No pude hacer nada en contra de los argumentos de mi tía; me prohibió salir de casa mientras lloviera o me siguiera negando a  salir sin más que un pequeño sombrero; bajo el cual con dificultad había logrado guardar mi larga cabellera.

La rapidez de mis pasos me permitió llegar hasta el parque unos momentos antes que se acabara el plazo indicado. El enojo que sentí mientras, una vez más, veía como nadie había aparecido con mi paraguas, dio paso a un tono más rojizo sobre mis mejillas. Sin embargo, cuando todo aquel enojo estaba dando paso a las lágrimas un sorpresivo toque en mi hombro me hizo reaccionar.

Al voltear vi un par de ojos azules que volvieron a encender mis mejillas. A pesar de mi turbación ­­­­­­­me calmé y conseguí, por un instante, poner atención a su conversación; por lo que logré entender él, había dejado en una tienda muy cercana al parque mi paraguas y, como en esta ocasión estaba de paso nuevamente por la cuidad decidió preguntar si alguien lo había reclamado; como se diera cuenta que nadie acudió por el decidió volver al lugar donde aquella noche lo encontró, dijo que recordaba a una mujer con el mismo chal que yo llevaba puesto; razón por la cual decidió hablarme.

Regresé a casa acompañada no solo de mi paraguas. Sebastián, insistió en acompañarme de vuelta, propuesta que acepté encantada; así al saber donde vivía, él, podría encontrar una excusa para visitarme y yo podría disfrutar de su compañía.

Lamentablemente, el pasar de los días me hizo perder toda esperanza. La falta de noticias suyas me llevó a un estado de preocupación que jamás había sentido por nadie, pero una tarde mi tía,  regresó con una sorpresa para mí.

Al día siguiente y, como le solicitara la tarde anterior, Sebastián, acudió puntual a la entrevista que mi tía le concedió. En ella manifestó claramente su interés por mí, solicitó permiso para visitarme durante los meses que permanecería en la ciudad; no sabía que la felicidad de  aquel momento era solo una pequeña parte de la que siento hoy.

Como podrán imaginar aquellas visitas permitieron que ambos diéramos crédito a lo que sentíamos; por lo cual a las pocas semanas ya éramos novios; luego, no alcanzaron a pasar seis meses para que estuviéramos viajando a su casa de campo como marido y mujer, confieso que en ese momento sentí tristeza de dejar a mi tía sola. Ella, aunque trató de disimular sintió lo mismo al dejarme ir.

Aquel día partimos con una extraña lluvia de verano, por lo que tuve oportunidad de utilizar nuevamente mi querido paraguas. Una vez instalados en el tren, mi esposo, tomó mi mano con fuerza y la acercó a su corazón, señaló el paraguas y me comentó que por él había estado a punto de perderme; cuando le pregunté el porqué, me respondió que era por la inscripción que tenía.
 
Hasta el día de nuestro primer encuentro jamás supo de los anuncios en el periódico y fue así como después de dejarme en casa buscó un ejemplar.

Dijo, que cuando leyó la descripción con la que era buscado el paraguas se sorprendió al ver allí “Nuestro amor es eterno”, con aquella frase pensó que mi corazón le pertenecía a otro y, aunque antes estaba buscando una excusa para volverme a ver, con ello encontró una razón para no hacerlo. No obstante, en una de las tantas tertulias que asistió por aquellos días coincidió con mi tía, ella, sin saber le aclaro lo que significaba aquel objeto para mí. También, me dijo que algo de magia debía poseer mi paraguas; que mis padres habían sido muy sabios al escribir aquello, ciertamente coincidí con él. Yo era el fruto de su amor y, con mi descendencia le permitiría vivir por siempre.


lunes, 9 de julio de 2012

El paraguas



     Por la tarde, el seis de junio, se volvió un día hermoso. La lluvia nunca me gustó, pero aquel día, por lo menos, había alejado el frío del otoño que hace mucho me amenazaba con la locura. Aquella mañana lluviosa, no sólo me permitió salir de casa; sino, que, además, pude disfrutar de un sol cálido por la tarde que me envolvió trayendo hasta mí, el olor de la tierra húmeda.

    Siempre me ha gustado caminar; es un ejercicio no solo reconfortante para el cuerpo, sino, también para el alma. Mi decisión de pasar por el parque, que se encontraba no muy lejos de casa, no era antojadiza. Siempre que tenía la oportunidad de pasear en una forma que me agradara llegaba hasta el lugar que tantas alegrías dio a mi vida.

      Mis padres, solían llevarme cuando pequeña hasta allí donde disfrutaba mucho, sobre todo cuando ellos inventaban un juego en el que los tres podíamos participar. Incluso hoy, cuando vengo a visitar a mi tía a la ciudad, desvío mi camino para transitar por sus senderos, sentarme en uno de sus bancos y disfrutar del paisaje.

     Jamás imaginé que el simple hecho de sentarme y esperar a que nada pasara transformaría mi vida por completo. Me distraía tanto de mis pensamientos y preocupaciones que podía pasar horas en el parque. Ese día no fue la excepción, y para cuando vine a reaccionar ya estaba muy entrada la noche; la oscuridad por un momento me atemorizó, así que me envolví muy bien en el chal que llevé en caso que el día se tornara frío, y comencé a caminar apresuradamente.

      Cuando llegué a casa, mi tía se encontraba preocupadísima por mi tardanza y me reprendió fuertemente por mi irresponsabilidad; no puedo negar que me molestó su actitud, pero ahora que soy madre la comprendo. Ella, se había convertido en mi única familia desde la muerte de mis padres y, creo que su labor sustituyéndoles tuvo buenos resultados; siempre recuerdo sus consejos y me pregunto qué haría ella en tal o cual circunstancia.

        Desperté súbitamente por la noche; fui hasta el armario que se encontraba bajo la escalera, y busqué por sus rincones el objeto que me protegió de la lluvia matutina. Al sentir ruido en la planta baja, mi tía, se había levantado. Me sorprendió al presentarse de improviso; yo, no pude contener un grito de horror que surgió al verla de repente sin ningún sonido que me avisara de su cercanía.

        Pienso que una vez más quiso reprenderme, pero mi cara de tristeza la detuvo. Sí, pude observar como su semblante cambiaba a medida que conocía mi preocupación. Aquel paraguas era para mí uno de los regalos más importantes que había recibido hasta entonces; no se debía únicamente a que mis padres me lo dieran unos meses antes de partir, además, cuando lo recibí ellos me dijeron que la inscripción que llevaba en su mango era lo que yo representaba para ellos. Desde el día que lo recibí hasta esa tarde en que lo olvidé en el parque siempre cuide de él con mucho esmero; procuraba mantenerlo en buenas condiciones, y a pesar del tiempo mantenía aún el mismo aspecto que cuando me lo obsequiaron.

        A la mañana siguiente fui muy temprano hasta el parque, busqué por todos los lugares donde estuve, y sus alrededores, pero no logré encontrarlo. Decepcionada regresé a casa. La buena de mi tía, trató de levantar mi ánimo invitándome a acompañarla a casa de sus amigas, pero yo me negué; necesitaba pensar, tal vez, en algún momento se me ocurriría una manera de encontrarlo.

Continuará…